Una tarde con los muertos [privado-Kytsu]

Después de caminar un par de horas sin rumbo, su propio instinto le dejó frente a un cementerio. En todo el tiempo que llevaba en aquel lugar nunca había visto aquel emplazamiento de descanso eterno antes.
No es que los cementerios le gustasen ni nada de eso, pero si volvía no tendría nada que hacer, por lo que decidió adentrarse en el lúgubre lugar.

Caminó rozando las lápidas con la punta de los dedos. Curiosamente se había empaquetado el violín a la espalda justo antes de salir del centro, por lo que podría tocarlo si encontraba un lugar reposado. Quizá una melodía melancólica pegaría con la situación, evitando el dolor o la angustia en los acordes, quedaría perfecta.

Avistó un árbol en la distancia y consideró que sería un buen lugar para reposar y comenzar su pequeño y personal concierto. Se acercó a él y dejó caer el estuche del violín en el suelo, con delicadeza. Después se sentó a su lado y se recostó sobre el tronco de lo que parecía ser un sauce llorón, aunque la botánica nunca había sido lo suyo.

Descorrió la cremallera del estuche y extrajo el instrumento de cuerda con sumo cuidado. Lo adoraba. Adoraba su sonido, su tacto... incluso el peso perfecto que tenía. Lo colocó sobre su hombro izquierdo, tomó el arco con la mano derecha y comenzó a acariciar las cuerdas con él. Su mano izquierda se deslizaba por el mástil del instrumento como si de su amante se tratase y las notas de la melodía comenzaron a tomar forma en apenas unos instantes.

Estaba en pleno éxtasis musical con su adorado instrumento cuando una voz irritante y molesta le destrozó la posibilidad de alcanzar su máximo esplendor.

Miró hacia su derecha y vio a un chico de cabello cobrizo tirado en el suelo, formando una estrella con sus extremidades. ¿Aquel... vagabundo, le había interrumpido en el mejor momento de la melodía? Le fulminó con sus ojos carmín, remarcados por la sombra del árbol que le cubría. El violín descansaba ahora sobre su regazo, en silencio.

- ¿Tienes algún problema conmigo, vagabundo insolente? - se sentía dolido.

Nadie tenía derecho a destrozarle sus momentos íntimos porque sí, por mero capricho. ¿Le estaba molestando? El sonido de un violín jamás es molesto. Es una melodía angelical, semejante al canto de un ángel de alas algodonosas. Sonaría cursi, pero era su modo de verlo.

- No se porque demonios has tenido que gritarme, estaba en el mejor momento de la melodía - acarició las cuerdas del instrumento una vez más - ahora me costará regresar a ese entumecimiento sensitivo.

Quizá sonase absurdo pero era como si aquel chico hubiese interrumpido una importante conversación con su mejor amigo. Puede que aquel no utilizase palabras, pero era más que su mejor amigo, era casi su amante de toda la vida.

Suavemente dejó el violín a su lado, desafiando al chico con la mirada. ¿Quién se creía que era? ¿Se pensaba que él se tiraba a su propio violín? Una cosa es que la música que podía interpretar con él le apasionase y otra muy distinta que tuviese un instrumento para esos fines.

- Parece que eres otro de los muchos obsesos sexuales con los que me he encontrado en vida - se levantó, mirándole desde unos centímetros más arriba - no deberías meterte con quien no te conviene hacerlo.

Metió las manos en los bolsillos, como si no le importase lo más mínimo la siguiente reacción del chico. Parecía algo mayor que él, pero era bajito y su aspecto no entraba dentro de lo que él calificaba "varonil". Aunque su propia ropa tampoco dejaba muy claro lo que era...

- ¿En que curso estas? - se acercó un poco a su rostro - ¿Segundo?

Una sonrisa ladeada se dibujó en sus labios. Le gustaba acercarse a la gente, invadir su espacio vital. Antes era más tímido, pero ahora... ahora todas las reacciones merecían ser observadas de cerca.