Café con hielo.

La tarde llegaba a su fin. El ligero vaivén de las hojas de los árboles, hermosamente verdes, le otorgaba al ambiente un aroma sencillo y acogedor. La terraza de aquel café, alejado de los demás y aparentemente antiguo era el escenario perfecto para una sencilla tarde de realización personal.

Acababa de llegar apenas unos días atrás. Aún seguía un poco confuso con todo. No podía evitar cometer errores absurdos en la utilización del japonés en cuanto se volvía complicado y, por supuesto, todavía no era lo suficientemente bueno en la Ceremonia del té como para ser el anfitrión de una de ellas. Era rápido captando conceptos y se le daba bien aprender, pero nunca se había interesado por este arte milenario. De hecho, ahora mismo no estaba disfrutando de un té, sino de un delicioso café con hielo, como el que solía tomar cuando vivía en Londres. Siendo realistas... el café de Starbucks era mucho mejor que aquel, que parecía mucho mas aguado.

Mientras sostenía la taza color beige con la mano izquierda, tomando su asa con los dedos con ligereza, revolvía el líquido con una pequeña cucharilla de acero inoxidable, que estaba fría al tacto. Era agradable observar como los hielos se movían de un lado para otro, provocando un leve tintineo cuando golpeaban el interior del recipiente.

Cerró los ojos y tomó aire. Una fresca brisa le removía el cabello, mientras una dulce melodía sonaba desde el interior del establecimiento. Siempre había tenido por predilección los lugares como aquel, más antiguos que modernos, donde se pudiese disfrutar de la naturaleza y de la tranquilidad propia de ésta. A lo lejos, podía ver parejas de la mano, niños jugando y ancianitos que aún seguían juntos. Su Benvolio había quedado tan atrás...

Una mariposa se posó sobre la mesa, a duras penas, con las alas algo marchitadas. Apenas desprendía ya el polvo característico de estos animales y parecía como si ya no tuviese energías para elevarse una vez más sobre el aire.

- Te estas marchitando... ¿Verdad hermosa dama alada? - levemente tocó al insecto con la punta de su dedo índice - Tu belleza y magnificencia se apagan en apenas un suspiro, en este último hálito de existencia... que cruel es la vida, lo hermoso apenas dura y quizá por ello es lo más valioso que poseemos. - entonces, la mariposa, como si las palabras de Guillermo le hubiesen regalado el último deseo de valentía, falleció sobre la mesa, con las alas extendidas.

Podía apreciar la mirada de la estudiante que trabajaba a tiempo parcial en la cafetería donde se encontraba. Era una chica dulce y adorable que parecía más joven de lo que seguramente era. Se había percatado de la atención que le prestaba desde el mismo momento en que ella misma le había servido aquel café con hielo. "Una pena - pensó - si yo fuese heterosexual sería una perfecta novia".

Entonces, sacó un pañuelo de su americana, recogió el cuerpo del insecto que se encontraba sobre la mesa y se levantó de su asiento. Se apartó el pelo de la cara, dejó el importe del café junto a la taza y se encaminó hacia unos matorrales no muy lejanos. Allí, zarandeó un poco el trozo de tela y dejó que los restos de la mariposa descansasen entre aquellas hojas de rosal, sirviendo de alimento para la nueva belleza que nacería de aquellos capullos color carmín.