Dos de Tres...

El trabajo se había vuelto terriblemente agotador. No se trataba de los alumnos, sino de mí mismo. Quizás, simplemente, me encontraba en uno de esos días en los cuales me hubiese quedado en la cama gustoso, escondido del mundo real. Aunque ese último pensamiento chocaba con el lugar en donde me encontraba ahora. No podía volver a mi habitación, más que nada para no correr riegos de más. Y caminando sin rumbo fijo, dí con el hermoso entorno playero de la ciudad. No se sí fue el sonido de las olas, el atardecer nostálgico, o la soledad sobre sus arenas, pero me sentí tan tentado de permanecer allí que hasta llegué a abrumarme. Me desprendí de la chaqueta, la cual portaba sobre mi brazo. Me remangué las mangas de la camisa que vestía y los bajos del pantalón, y descalcé mis pies por completo para poder sentir el tacto único de la arena bajo ellos. Iba un poco cargado con un par de libro y una botellita de té que me había comprado a la salida de las clases. Me acerqué a la orilla, sin tocar sus aguas, y posé sobre la arena los libros, los zapatos, la bebida y la chaqueta, no muy lejos de mí. Me quedé de pie, algo reflexivo observando la quietud del mar, con las manos ocultas en el interior de mis bolsillos, mientras disfrutaba de la brisa y de la humedad de la tierra. Era demasiado placentero el silencio que me rodeaba. Sin duda, aquella idea había sido la mejor del día.

Llevaba aproximadamente una hora tumbado al sol. No es que le molestase el calor ni nada parecido - llevar siempre ropa negra producía ese efecto durante el verano - simplemente le apetecía probar el agua. Además, el agua salada siempre era mucho más refrescante que la de cualquier piscina.

Se levantó, abandonando sus pertenencias junto a la toalla, llevandose consigo tan solo el bañador que cubría "sus partes" y que le llegaba hasta las rodillas. Como no, era negro. El negro le pegaba bien a su piel, no porque la tuviese clara ni nada de eso, simplemente era un color que iba bastante bien con su personalidad y su cuerpo.

Hacía mucho que no iba a un gimnasio. Antes se cuidaba mucho más... pero pese a su dejadez, aún conservaba los músculos marcados que se había trabajado durante más de catorce años - año arriba, año abajo -.

Tocó el agua con los pies, para después correr un par de metros y lanzarse de cabeza, en horizontal, evitando encontrarse con la arena que había bajo las olas. Estaba bastante buena, ni demasiado fría ni demasiado caliente. Aunque quizá él la sentía distinta por el tiempo que se había tostado bajo el sol. Salió del agua, levantándose con una leve inclinación hacia atrás, para apartar el pelo que caía mojado sobre su cara. Pese a todo, se pasó una mano, peinándolo hacia atrás.

Las gotas descendían por todo su cuerpo lo que le proporcionaba una grata sensación. Además, para mejorar la situación, metió las manos bajo el agua y las elevó hacia su tórax, mojándolo aún más.

- Como añoraba el mar...